No así con nosotros

El poder en el liderazgo de la iglesia: En busca de un compromiso común para edificar juntos la iglesia

Como comunión mundial de iglesias afines al anabautismo, compartimos el común compromiso de edificar juntos la iglesia. A la vez, reconocemos que la iglesia necesita líderes que se hagan responsables de guiar el rebaño. En medio de esta similitud, reconocemos que el poder se ejerce de diferentes maneras en diversos contextos del liderazgo de la iglesia. En el presente número de Courier/Correo/ Courrier, escritores de toda nuestra hermandad consideran distintas maneras en que los anabautistas abordan cuestiones de poder en el liderazgo de la iglesia, las luchas y desafíos, y también las bendiciones y beneficios.

No así con nosotros

El anabautismo surgió en la vida del cristianismo en Corea del Sur hace menos de dos décadas. En 1996, un grupo de cristianos de ideas afines –que compartía una visión emergente del anabautismo– rompió un vínculo de larga data con las iglesias de origen, que eran principalmente protestantes. Tras mucho tiempo dedicado al estudio intensivo de la Biblia y a la investigación de la historia y teología de la iglesia, descubrieron que lo que querían era establecer una nueva iglesia fundada en el Nuevo Testamento.

Una cosa era romper con las iglesias principales, y otra muy distinta era iniciar una nueva iglesia. El anabautismo todavía tenía mala reputación en ese momento, y aceptar su visión era como ir contra la corriente de la tradición predominante. Desde una perspectiva más contracultural, su objetivo era retornar a los comienzos de la iglesia del siglo I.

Desde entonces, la red anabautista de Corea del Sur ha crecido gradualmente, conforme la gente es atraída a un nuevo concepto de lo que significa ser iglesia.

Quizá algunos preguntarán: ¿por qué estas personas de ideas afines tendrían que abandonar sus iglesias de origen e iniciar un nuevo movimiento de la iglesia? Mientras que muchas cuestiones produjeron divisiones, una de las cuestiones clave –quizá el factor más decisivo– era cómo interpretaban la propia naturaleza de la iglesia.

Para ellos, la iglesia no era una denominación institucionalizada, que en sí misma genera una estructura de poder inevitablemente desigual. En cambio, concebían la iglesia como el cuerpo de Cristo, donde el poder se comparte igualitariamente entre hermanas y hermanos.

El poder es algo que los seres humanos desean naturalmente. A través de la historia, nadie se ha librado de la atracción del poder. Incluso Jesús fue tentado por Satanás para usar su poder. De igual manera, no han sido eximidas las personas que pertenecen a la iglesia; de hecho, muchos líderes de la iglesia están tentados a ejercer su autoridad para dominar a otros.

Esto es exactamente lo que le ocurrió a los discípulos de Jesús hace dos mil años. Debatían quién era el mejor de todos. Y dos de ellos en particular, Santiago y Juan, solicitaron un lugar especial, uno a la izquierda y otro a la derecha de Jesús en su gloria (Marcos 10:37). Hasta su madre quería que Jesús les concediera poder: “Manda que en tu reino uno de mis hijos se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda”. (Mateo 20:21). Tales pedidos inquietaban a los otros discípulos, impulsándoles a tratar indignamente a Santiago y Juan; con razón discutían por tal motivo.

Finalmente, Jesús los reunió y les dijo: “Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños, y los que tienen algún puesto hacen sentir su poder. Pero no será así entre ustedes. Al contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, que se haga servidor de todos; y el que quiera ser el primero, que se haga esclavo de todos. Porque ni aún el Hijo del Hombre vino para que lo sirvieran, sino para servir y dar su vida como precio por la libertad de muchos” (Marcos 10:42-45).

Es penoso ver que los cristianos a veces también ansían poder y fama a fin de mantener el estatus quo. Esto lo afirmo no porque sea mejor que los demás, sino porque también estoy tentado desde lo más profundo de mí a ambicionar el poder terrenal, salvo que sea controlado por el Espíritu de Dios. Lamentablemente, muy poca gente reconoce la influencia corruptora del poder, y muy pocos se dan cuenta del uso indebido de dicho poder por los así llamados “líderes” de la iglesia.

A uno le gusta que lo llamen “líder.” Todos tendemos a ambicionar dicho título, y el poder y fama que éste implica. Pero lo que procuramos no es el tipo de poder que enseña el mundo, sino el poder que recibimos de Dios desde nuestra debilidad, reavivado por el Espíritu de Dios que nos empodera. Es el poder de ser servidor, no líder. Es el poder de ser humilde, no controlador. Es el poder de amar a nuestros enemigos, no de matarlos. Es el poder de dar nuestra vida por los demás, así como nuestro Señor vino a dar su vida como rescate por muchos.

No caigamos en la trampa del diablo, quien nos convence de encontrarnos en una mejor posición sólo como un premio de Dios. El costo del discipulado no conlleva tal recompensa. En cambio, ofrece una copa y una cruz: “La copa que bebo, también la beberán ustedes, y serán bautizados con el mismo bautismo que estoy recibiendo; pero no depende de mí que se sienten a mi derecha o a mi izquierda, sino que les será dado a aquellos para quienes ha sido preparado” (Marcos 10:40).

Que Dios nos conceda poder liberarnos de las expectativas de la sociedad, y depender de su poder aun en nuestra debilidad.

Kyong-Jung Kim se desempeña como representante regional del noreste de Asia para el CMM. Desde 2004 se ha desempeñado como director del Centro Anabautista de Corea, un ministerio de las iglesias anabautistas de Corea del Sur.

 

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